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Lunes 16 de Mayo de 2011
La "autopista" olfativa que deja tras de sí la voraz langosta y que con la llegada del buen tiempo puede cubrir de 40 a 50 kilómetros en busca de jugoso alimento, está delatando una nueva vía de acabar con esta dañina plaga para el campo español.
En España, su "zona de permanencia" (área donde su presencia es continua y desde donde puede invadir nuevas áreas) abarca un millón y medio de hectáreas en eriales y pastizales, pero sólo de 100.000 a 150.000 hectáreas son tratadas, afirma a Enrique Martín Bernal, uno de los máximos expertos del país en plagas forestales.
Los focos principales de la langosta se localizan en Huesca, Cáceres, Badajoz, Ciudad Real, Córdoba, Almería y Zaragoza, siendo responsable de elevados daños a la agricultura, añade Martín Bernal, actualmente decano del Colegio de Ingenieros Técnicos Forestales de Aragón.
Estos días está colocando jaulas en una zona endémica de la provincia de Zaragoza para controlar a las poblaciones del insecto, que hasta hoy sólo es posible eliminar con costosos tratamientos químicos.
Por ello, el Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino, el Colegio de Ingenieros Técnicos Forestales de Aragón, el Consejo de Investigaciones Científicas (CSIC) y el Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón colaboran en un proyecto para emplear las sustancias feromonales de la langosta en su eliminación.
"Nos dimos cuenta que el lugar donde realizan la puesta era casi siempre el mismo, pese a ser generaciones distintas. Después vimos que eran lugares con plantas que les gustaba para alimentarse, por lo que emitían sustancias olfativas" que guiaban a sus congéneres.
El objetivo final de la investigación es "intentar introducir estas sustancias feromonales para congregar el máximo de población en determinados puntos y, en vez de tratar superficies grandes, hacerlo en áreas mucho más pequeñas.
Ello se traduciría en un importante ahorro económico y un menor impacto ambiental, explica Martín Bernal
Ello se traduciría en un importante ahorro económico y un menor impacto ambiental, explica Martín Bernal
Desde finales del siglo XIX, comenzó a proliferar en España un tipo de saltamonte en zonas sin vegetación arbórea (sólo herbácea), parecido a la langosta del desierto "pero más pequeño y capaz de formar grandes bandadas y recorrer entre 40 y 50 kilómetros".
Para viajar a esas distancias tienen una morfología bien distinta de las compañeras que no se desplazan: tienen las alas y los fémures (patas de atrás) más largos, y los ejemplares nacen muy juntos para luego agruparse en grandes bandadas, un modo de defenderse de sus enemigos naturales (fundamentalmente aves y otros insectos).
Con la inminente subida de temperaturas y la consiguiente desaparición de las hierbas en pastos y eriales, la langosta irá en busca de alimento a frutales, huertos y los viñedos. "Y lo hacen de una forma voraz, no conformándose con las hojas sino también la corteza de árbol".
La primera reseña legislativa referente a la protección de nuestros ecosistemas frente a la presencia de organismos nocivos la encontramos en una Real Orden de 1860, donde se califica la plaga de langosta que afectaba desde la Edad Media a España como "calamidad pública".
En 1879 se promulgó la Ley de extinción de la langosta.
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