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Sabado 16 de Abril de 2011
Tintan de rojo el aún árido paisaje postinvernal y son el color más intenso de los campos y caminos españoles nada mas empezar la primavera. Solitarias, pero numerosas, ya están aquí las amapolas.
Tan hierba como flor, tal vez la mas vulgar de todas, es también la más generosa y espontánea; se prodiga sin remilgos y no hay espacio demasiado malo ni demasiado pobre para una amapola.
"Crecen como pueden", dice de ellas el libro "Hierbas silvestres comestibles", (Evereste, 2002,), de Manuel Durruti, que las identifica como "la alegría del campo".
Entre los trigales es castellana y entre los olivos mediterránea, pero siempre pegada a la tierra, de la que si se separa muere.
No es adorno de jarrón ni de tocado, pero su vista salpicada por el paisaje primaveral es un regalo de la naturaleza.
Aunque en la naturaleza su papel es fútil y casi pernicioso, según explicó a Efe Francisco Yuste, ingeniero agrónomo y botánico de vocación.
La amapola sobresale por su belleza, sí, pero a efectos de la agronomía no es mas que una mala hierba, subrayó el experto.
"Un campo lleno de amapolas no es mas que un campo inculto y si están entre los trigales, como en la canción de Manolo Escobar, deprecia el producto y baja la rentabilidad del cultivo", añadió.
A su favor apuntó su incuestionable apuesta por la vida, con la liberación de abundante semilla, muy fina y ligera, de fácil dispersión y arraigo.
Como especie oportunista, Yuste indicó que las amapolas no le hacen ascos a nada, "en todas partes hay amapolas, en cuanto caen las primeras lluvias y las temperaturas alcanzan los 15 grados. No necesitan mucho para florecer".
La amapola silvestre es también un síntoma de salud del campo, pero efímera como la primavera, recordó, tras apostar por especies de mayor fiabilidad en su cultivo.
Son caprichosas y rebeldes, crecen donde quieren o como pueden y es mejor "tenerlas a raya", insistió.
"Ni siquiera el ganado se las come", apuntó no sin reconocer que "están muy bien donde están, en los campos y ojalá por muchos años".
Y tal vez porque sean difícil de domar y porque adornan solo mientras tienen vida, las amapolas son generalmente protagonistas secundarios -no como la rosa y la margarita- en declaraciones de amor o representaciones artísticas.
Única excepción, tal vez, la popular canción de José María Lacalle, músico y compositor gaditano de principios del siglo pasado que desde Estados Unidos dedicó exquisitos poemas a la flor-hierba, asociada en el España con la ordinariez de la gente del campo.
Y la deferencia de muy conocido un diseñador japonés que la ha hecho inspiración de una de sus fragancias.
En la mesa también pasa generalmente desapercibida y solo se ensalzan sus semillas, una vez tostadas parte decorativa y poco perceptible de panes y roscas de factura centroeuropea y sajona.
Ejemplo más popular es el "makowki", un postre de leche canela y frutos secos sin el que, al parecer, en Hungría no se entienden las Navidades.
Su cercanía familiar con la adormidera, madre del opio, le concede cierto nivel de alcaloides y se sabe que en algunos pueblos de sierra, se utilizan las semillas de amapola para hacer sonajeros que aseguran a los niños mas y más rápidos sueños.
En algunos tratados de herbología, se atribuye a la amapola común, en infusión, un suave efecto sedante sobre el sistema nervioso y dicen que sirve para hacer disminuir la tos y para expectorar.
También hay "aplicaciones mágicas" para la amapola que tradicionalmente se utilizó en hechizos de fertilidad y amor y por su poder sedante en la adivinación en sueños.
Roja como la pasión más española, ordinaria y delicada, la amapola se gana su sitio cada primavera para engalanar caminos y cunetas con la espontaneidad y la gracia del que no pide nada a cambio.
EFE
Tintan de rojo el aún árido paisaje postinvernal y son el color más intenso de los campos y caminos españoles nada mas empezar la primavera. Solitarias, pero numerosas, ya están aquí las amapolas.
Tan hierba como flor, tal vez la mas vulgar de todas, es también la más generosa y espontánea; se prodiga sin remilgos y no hay espacio demasiado malo ni demasiado pobre para una amapola.
"Crecen como pueden", dice de ellas el libro "Hierbas silvestres comestibles", (Evereste, 2002,), de Manuel Durruti, que las identifica como "la alegría del campo".
Entre los trigales es castellana y entre los olivos mediterránea, pero siempre pegada a la tierra, de la que si se separa muere.
No es adorno de jarrón ni de tocado, pero su vista salpicada por el paisaje primaveral es un regalo de la naturaleza.
Aunque en la naturaleza su papel es fútil y casi pernicioso, según explicó a Efe Francisco Yuste, ingeniero agrónomo y botánico de vocación.
La amapola sobresale por su belleza, sí, pero a efectos de la agronomía no es mas que una mala hierba, subrayó el experto.
"Un campo lleno de amapolas no es mas que un campo inculto y si están entre los trigales, como en la canción de Manolo Escobar, deprecia el producto y baja la rentabilidad del cultivo", añadió.
A su favor apuntó su incuestionable apuesta por la vida, con la liberación de abundante semilla, muy fina y ligera, de fácil dispersión y arraigo.
Como especie oportunista, Yuste indicó que las amapolas no le hacen ascos a nada, "en todas partes hay amapolas, en cuanto caen las primeras lluvias y las temperaturas alcanzan los 15 grados. No necesitan mucho para florecer".
La amapola silvestre es también un síntoma de salud del campo, pero efímera como la primavera, recordó, tras apostar por especies de mayor fiabilidad en su cultivo.
Son caprichosas y rebeldes, crecen donde quieren o como pueden y es mejor "tenerlas a raya", insistió.
"Ni siquiera el ganado se las come", apuntó no sin reconocer que "están muy bien donde están, en los campos y ojalá por muchos años".
Y tal vez porque sean difícil de domar y porque adornan solo mientras tienen vida, las amapolas son generalmente protagonistas secundarios -no como la rosa y la margarita- en declaraciones de amor o representaciones artísticas.
Única excepción, tal vez, la popular canción de José María Lacalle, músico y compositor gaditano de principios del siglo pasado que desde Estados Unidos dedicó exquisitos poemas a la flor-hierba, asociada en el España con la ordinariez de la gente del campo.
Y la deferencia de muy conocido un diseñador japonés que la ha hecho inspiración de una de sus fragancias.
En la mesa también pasa generalmente desapercibida y solo se ensalzan sus semillas, una vez tostadas parte decorativa y poco perceptible de panes y roscas de factura centroeuropea y sajona.
Ejemplo más popular es el "makowki", un postre de leche canela y frutos secos sin el que, al parecer, en Hungría no se entienden las Navidades.
Su cercanía familiar con la adormidera, madre del opio, le concede cierto nivel de alcaloides y se sabe que en algunos pueblos de sierra, se utilizan las semillas de amapola para hacer sonajeros que aseguran a los niños mas y más rápidos sueños.
En algunos tratados de herbología, se atribuye a la amapola común, en infusión, un suave efecto sedante sobre el sistema nervioso y dicen que sirve para hacer disminuir la tos y para expectorar.
También hay "aplicaciones mágicas" para la amapola que tradicionalmente se utilizó en hechizos de fertilidad y amor y por su poder sedante en la adivinación en sueños.
Roja como la pasión más española, ordinaria y delicada, la amapola se gana su sitio cada primavera para engalanar caminos y cunetas con la espontaneidad y la gracia del que no pide nada a cambio.
EFE
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