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En momentos en que la locomotora minera está a punto de arrancar, el país debe preguntarse si le sale más barato dejar el tesoro enterrado. Minería a cielo abierto en el páramo de Santurbán, el primer reto.
Vea también la entrevista de Catorce6 con Luis Guillermo Laserna, Gerente de Asuntos Públicos de Greystar
Sacar el oro que esconde parte de la tierra santandereana, suficiente para pagar la deuda externa de Bolivia o República Dominicana, puede ser el peor negocio que haga Colombia en toda su historia.
Aunque se trata del proyecto aurífero de gran minería más importante que haya tenido la Nación a cielo abierto después de La Colosa, en Cajamarca (Tolima), una explotación de esas características -advierten sectores del Departamento como la Sociedad de Ingenieros o la Sociedad de Mejoras Públicas– sería poco menos que un ‘ecocidio’ en la región.Por ahora, el proyecto está a la espera de que el Ministerio de Ambiente otorgue o niegue la licencia ambiental. Al cierre de esta edición, estaba pendiente una audiencia pública respecto del tema, luego de que, contrario a lo que esperaban muchos, la Corporación Autónoma para la Defensa de la Meseta de Bucaramanga (Cdmb) no hubiera declarado la zona como reserva forestal.
Se trata del Proyecto Angostura, de la minera canadiense Greystar, una explotación a más de 3 mil metros de altura y de más de 1.000 hectáreas en jurisdicción de Vetas y California, a unos 57 kilómetros de Bucaramanga. Una mina que produciría en total 7,5 millones de onzas troy de oro durante 15 años.
Eso, en términos más sencillos, quiere decir que cada año saldrían de la mina unas 16 toneladas de oro. La producción total llenaría unas 5 tractomulas, a lo que habría que sumarle también unas 2,6 millones de onzas troy de plata.
Proyecciones hablan de que el valor solamente del oro ascendería a más de 7.500 millones de dólares norteamericanos, algo que para la región es una oportunidad sin precedente, como si a los santandereanos se les hubiese ‘aparecido la Virgen’.
Perspectivas en el papel hablan de que el Angostura produciría unos 15 millones de dólares anuales en regalías, cuando ninguno de los presupuestos de poblaciones circundantes pasan de $1.500 millones de pesos anuales.
No obstante, además de los problemas sociales ya consabidos cuando el oro aparece (como el disparo de la prostitución, la corrupción o la carestía) para los enemigos del proyecto el problema más grave radica en que al sacar el ‘tesoro’ se pacta una sentencia de muerte contra el páramo de Santurbán, considerado la ‘fábrica’ de agua más importante de Santander y la única de Bucaramanga.
Y aunque el recién modificado Código de Minas prohíbe tajantemente la minería en páramos, la verdad es que oficialmente no se sabe en dónde empieza este páramo y en donde finaliza, lo que hace imposible en términos prácticos la ejecución de la norma.
La información con la que cuentan expertos da cuenta de que de las cerca de 21 mil hectáreas que conformarían el ecosistema de páramo, al menos 15 mil tienen título de explotación minera. No todas en operación, pero sí en fila. Allí es, precisamente, donde la Greystar tiene al menos el 50 por ciento de su proyecto. Así, la pena de muerte contra ese páramo se pacta con tres sellos: el de la excavación, el de las escombreras y el del cianuro.
En una operación de semejante envergadura los riesgos son muy altos. De acuerdo con un geólogo del Ministerio de Ambiente, muy cercano al proceso de licenciamiento de la mina, para fabricar una argolla de matrimonio, de unos 10 gramos de oro, por ejemplo, hay que contar con unos 10 mil litros de agua y remover unas 10 toneladas de tierra y roca.
La cantidad de material sobrante es gigantesco. Según datos del Proyecto Angostura, el depósito de estériles se localizará sobre un valle natural de 400 hectáreas, que tendrá capacidad de alojar unos 400 millones de metros cúbicos de dicho material. Habría que sumarle el material en pilas de lixiviación, que se calcula en otros 200 millones de metros cúbicos. Todo eso con grandes impactos sobre la flora, la fauna y el suelo. Pruebas geológicas demuestran que con excavaciones como estas ocurren abatimientos del nivel freático, pérdida de volúmenes de acuíferos y de zonas de recarga de fuentes de agua.
Otra de las críticas tiene que ver con el impacto socioeconómico. Sobre eso sale a flote el tema de las regalías, que no es más que la plata que debe pagarle una empresa al Estado por extraer un recurso no renovable. Para el asesor y economista Juan Pablo Fernández, la política mineracolombiana es no menos que perversa y, deentrada, el país pierde o pierde.
Lo primero sostiene es que las regalías que la Ley establece para la minería de oro en un 4 por ciento se convierten en un 2, o incluso en un 1 por ciento después de las exencio¬nes tributarias que otorga la legislación colombiana.
“No pagan (la Greystar) impuesto de Industria y Comercio. Tampoco impuesto a tableros o predial. Eso sin contar los descuentos que se les otorga por importación de maquinaria y las exenciones en el IVA, que se convierten en deducciones sobre el impuesto de renta”, enfatiza.
Además, para Fernández no resulta creíble la cifra de la empresa canadiense según la cual las utilidades del Angostura antes de impuestos no superan el 19 por ciento. “El Estado no fiscaliza eso. Además, ¿vale la pena correr semejante riesgo por un 19 por ciento?”, se pregunta.La minería de oro es considerada en el mundo como una actividad de gran riesgo económico. Aunque actualmente el precio está disparado (una onza troy cuesta en el mercado mundial 1.280 dólares), antes de la pasada crisis mundial la onza troy llegó a costar solo 300 dólares. Hoy, la caída del dólar y la fuerte demanda de oro para la fabricación de tecnología tienen disparada la minería, tanto legal como ilegal.
El terror del cianuro
Pero más que las regalías, el temor del Proyecto en Santander tiene que ver con el uso del cianuro para separar el oro de la roca y la posibilidad de que se contaminen las cuencas que alimentan el acueducto metropolitano.
Los pronósticos los hace el ingeniero Germán Augusto Figueroa, gerente del Acueducto de Bucaramanga, para quien “la intervención de las estribaciones del páramo de Santurbán y cualquier otra microcuenca que abastezca nuestras fuentes actuales (río Suratá, río Tona, río Frio) y futuras (Umpalá, río Oro, río Hato), conllevará a potenciales implicaciones al medio físico, con la disminución en la cantidad y el deterioro de la calidad del agua que se capta.
El directivo pronostica que en la medida en que aumente la demanda de la población atendida conjuntamente con el incremento en la explotación minera, se pondría en riesgo el uso del río Suratá como fuente de abastecimiento por la inviabilidad técnica y económica de las plantas de tratamiento.
Y es que el temor al cianuro se ha impregnado en los huesos de ONG ambientales y de derechos humanos, debido a las terribles experiencias en otros países.
De acuerdo con consideraciones del Parlamento Europeo, al menos 30 accidentes graves con cianuro se han presentado en todo el mundo en los últimos 25 años, razón por la cual en mayo pasado, ese estamento le solicitó a la Comisión Europea replicar en toda la UE los ejemplos de Alemania o Hungría, que prohibieron el uso total del cianuro en la minería de oro.
Siempre que se discute el tema salen a relucir accidentes dolorosos con sustancias peligrosas. Un caso es la extracción que hizo la firma Yanacocha en Cajamarca (Perú) a principios de los 90, en donde se habla de que, entre otros muchos problemas, los campesinos de la región resultaron contaminados con mercurio. Aún se reportan casos dramáticos de malformaciones y mutaciones.
La empresa minera, pese a ser galardonada con diversos premios de responsabilidad social y ambiental, se las ingenió para, billetera en mano, silenciar el problema. No obstante, el mercurio es diferente al cianuro. Para el ingeniero Sthepan Theben, consultor de Greystar, el riesgo se minimiza con las buenas prácticas. Y Greystar se ha comprometido a adoptar las mejores.
“Los efectos del cianuro en la salud son de tipo agudo y no crónico o a largo plazo (como sí lo son los del mercurio). Si no te mata, no te hace nada”, puntualiza el consultor.
Agrega además que el manejo de las soluciones con cianuro en operación debe realizarse mediante membranas impermeables para evitar la infiltración hasta que sea reciclado o disociado.
“Cada proyecto minero debe evaluar los riesgos asociados a éste en cuanto a riesgos ambientales y a su manipulación, por lo cual los estudios ambientales y de reconocimiento del medio son fundamentales para implementar las medidas que correspondan según sea el caso”, sentencia en un documento expuesto en el foro La Explotación Minera a Cielo Abierto y El Recurso Hídrico, celebrado recientemente en Bucaramanga.
Como sea, hay que aceptar que la minería es una locomotora que calienta motores en Colombia. Habría que preguntarse si el cuidado ambiental y la extracción pueden ir de la mano. Eso, sin olvidar enseñanzas como la de una tribu africana, para la que “la tierra no nos la heredaron nuestros padres sino, más bien, nos la prestaron nuestros hijos”.
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